Era un conflicto nimio para ellos, y aunque nervioso, Lédaro trataba de completar sus explicaciones sin titubeos. Los viejos magos de la orden de Imre habían dejado clara su posición ante él. Dejándose llevar por sus principios ignoró de manera premeditada más de una de las rígidas normas que establecía el reducido grupo de sabios. Pero el maestro de jóvenes talentos no justificaba su actitud buscando el perdón, solo quería ayuda.
—Vos conocéis bien la situación, ilustrísimo Sezarem. El reino de Dynn es un lugar sin medios para poder defender tan importante valor— Lédaro dijo intentando guardar el máximo de los respetos ante sus regentes.— Si el arconte permanece en Menara un solo día más, es posible pues que el siguiente amanecer no lo veamos ninguno, mi señor.
El viejo Sezarem, colocó su dedo sobre los labios y perdió la mirada buscando la entrada al mundo de las soluciones. Famosos eran sus periplos de meditación ,los cuales por desgracia, terminaban convirtiéndose en eternos silencios, incomodando así al más controlado de los educados acólitos de magia.
—Mi buen Lédaro —arrancó a decir por fin, —fuerte es la sangre que llevas dentro, sabio y fiel es tu poder. Pero tu dragón interior reclama sus libertades. Conoces bien las normas, fuiste mi pupilo y es por ello que sé de tus buenas intenciones. —La voz se tornaba triste al tiempo que enumeraba los méritos del enjuiciado maestro —También sé que enseñaste a tu aprendiz con la misma rigidez que un dia lo hice contigo, pero el dragón en él es aún más fuerte, y su visita al mundo de la sombra puede haberlo hecho aún más impredecible.
Todos y cada uno de los magos formados en Imre eran tocados por los elementos a la hora de nacer. El conocimiento mágico era algo que casi cualquiera podría llegar a conocer mediante el estudio y la dedicación. El poder, sin embargo, era algo con lo que tenias que venir al mundo, al menos el poder para ser de la Orden. Lédaro, al igual que su discípulo Karras era una excapción en la orden. Los dos únicos magos del Círculo que no habían sido bendecidos por ningún elemento al recibir el aliento de vida, eran ellos. Aunque su sangre era especial o al menos eso afirmaba el gran maestro de maestros Sezarem. Desde el día que fué rescatado el pequeño Karras y tras un cruento combate contra la llamas del inmenso incendio que rodeaba al crio, donde Lédaro invocó el poder del hielo, se supo sin duda alguna que sangre de dragón recorría las venas de ambos. Aunque de muy diferente naturaleza, pues el hielo y la esencia de los dragones blancos se ve patente en Lédaro mientras que en Karras se ve la ardiente fuerza de los dragones rojos.
—La voluntad del Consejo es firme. Imre no tomará parte en la absurda guerra provocada por dos reinos necios y vengativos como lo son Dynn y Nailand —Sezarem exponía los argumentos que su meditación le había proporcionado. —El Arconte es caso mayor. Su seguridad es prioritaria y el Consejo está dispuesto a darle cobijo. Mas no será el consejo quien se cargue de tal responsabilidad. Maestro Lédaro. Como penitencia ante su ruptura de los preceptos de la Orden de Imre, como pago a su intrusión en asuntos de reinos vecinos, y como expiación a sus rebeldes actos, declaro, que la vida del poderoso Arconte, salvador de los Soles, y Guardián del Sejem recaerá sobre tus hombros. Maestro Lédaro… Que el poder del Circulo te sea de apoyo para mantener a los seres dorados con vida. —El viejo miembro del consejo parecía exhausto de tan intenso discurso. Cuando su voz anunciaba el fin, una larga inspiración demostró que tan solo era un breve descanso para retomar la palabra con más fuerzas aún. —En cuanto a los emisarios, una vez se recuperen de las heridas y las maldiciones, partirán en busca de la llamada Melberet. Con el único propósito de traerla ante este consejo… viva y coherente. Pues si es cierto lo que cuentan los resucitados, su hueste púrpura debe ser interceptada. Su anhelo debe ser destruido. Su búsqueda controlada antes del regreso del cruel, del temido, del indeseable. Antes del retorno de Krassus el Salvaje.
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—Tus ojos ya no brillan como antes.
—Lo sé. Mi mente no deja de dar vueltas. Son tantas las cosas que han pasado en tan poco tiempo. —las manos del joven hechicero estaban perdidas entre los pliegues de un zurrón de tela oscura. —¡Maldita sea! Sé que tiene que estar por aquí— los movimientos aleatorios hacían tintinear unas pocas monedas que descansaban al fondo de la bolsa. —Aún me preocupa más mi maestro. Lédaro ha sido como un padre para mi. No me gustaría que nuestro fracaso le afectara. ¡Sí!¡Aquí está!, sabía que me quedaba algo—. Un saquito descansaba en su mano ahora. El olor que desprendía su interior era inconfundible para el bárbaro.
—¡Hierba Mijuni! Lástima no tener un poco de Datsaah. Los últimos sorbos que guardaba estaban en aquel carro—. La mente del corpulento bárbaro viajó de nuevo al inhóspito y perdido paraje cerca del Desierto. —Todavía me duelen esos recuerdos. Pensar que he visitado el mundo de los muertos me eriza la piel. En mi pueblo sería expulsado tachado de demonio. ¡Karras pude ver la cara de mi madre!— los nervios no permitían que el gigante siguiera sentado en la bala de paja. —Y el dolor en la cicatriz me la muestra cada día.
La mano de Karras recorrió el breve espacio que los separaba para terminar reposando sobre la espalda de Friz —Friz entremos. Aquí empieza a hacer frío y Kyras nos espera dentro. Él también anda cabizbajo—.
—La pérdida de Gronmir fue un duro golpe para él— añadió Friz — pero eso lo esta convirtiendo en un feroz luchador. Sus ansias de venganza le hacen levantarse horas antes de la llegada de los soles para entrenar. Él también necesita olvidar—.
—Pasemos pues a sentarnos cerca del fuego. Aquí no hay licor del fruto de esas palmeras, pero nos traen una estupenda sidra de pera desde Tosvoria—. El mago tatuado, abrió su mano levemente como el que acuna un pájaro caído de su nido. —Amigo. Mijuni nos hará olvidar, al menos por un rato.
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CONTINUARÁ…
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